jueves, 22 de septiembre de 2011

Nota en Tiempo Argentino




Inicio » Ivana Romero
Ana von Rebeur
Los colores habitan en un rinconcito de nuestra cabeza
Publicado el 18 de Septiembre de 2011 en Tiempo Argentino
Por Ivana Romero

http://tiempo.elargentino.com/notas/los-colores-habitan-rinconcito-de-nuestra-cabeza

"La ciencia del color" es un libro con un enfoque a la vez físico e histórico. Desde las pulgas hervidas que lanzaban tinta roja descubiertas por Hernán Cortés, hasta la invención del tubo de estaño para encerrar todas las tonalidades del mundo.
El color no existe. Lo que existe es la luz. La luz es lo real. Pero el color no es luz sino que está “fabricado” por nuestro cerebro. Así que hablar de colores, es hablar de cosas imaginarias. Esto es lo que afirma Ana von Rebeur al comienzo de su libro La ciencia del color. Historias y pasiones en torno a los pigmentos, un singularísimo volumen editado por Siglo XXI. “Los pigmentos siempre obsesionaron a la humanidad –escribió la autora–. Desde que el primer cavernícola garabateó un bisonte en una cueva, pasando por el impresionista Claude Monet, que vivía abrumado por hallar colores que no mutaran una vez secos (…) todos anhelaron tener mejores colores. La búsqueda del color perfecto es una historia plagada de tragedia, pasión y obcecada indagación de la fórmula química exacta que permitiera un rojo puro, un blanco luminoso o un negro contundente.”
La ciencia del color es un libro científico, pero también es un relato histórico y político, e inclusive, un recorrido por la historia del arte. No es extraño tanto despliegue multidisciplinar ya que Von Rebeur es periodista, escritora, dibujante, artista plástica y humorista. Así, por ejemplo, la autora hace un análisis detallado del proceso complejo que permite que nuestros ojos conviertan la luz en colores. Pero en medio de tanto dato duro, se permite aclarar cómo, en definitiva, todo ese asunto se debe a una cuestión de supervivencia; o sea, el color permite elegir qué se come y qué no. “Sí, intento que cada dato esté presentado de una manera atractiva, que llame la atención sin restarle complejidad a cada cosa que se dice. El humor y el periodismo ayudan bastante en ese sentido”, cuenta ella. Y también dice que quizás su interés por el tema comenzó el día que su padre, daltónico, comenzó a preguntarle si había elegido bien los colores de sus zoquetes ya que él no podía distinguirlos.

–¿Qué es el color?
–Es una percepción del entorno que sólo nosotros tenemos, como cada ser vivo tiene el suyo. Es una percepción de un fragmento de la realidad a través del aparato visual. Es poco lo que podemos percibir en relación con otras especies; por ejemplo, las mariposas, que son pentacromáticas; o sea, que perciben un espectro amplísimo de colores para detectar sus flores preferidas. Pero eso nos ha servido para sobrevivir, básicamente para reconocer qué se puede comer. Esos días no han quedado tan lejos. Fijate, por ejemplo, en el modo en que nos atraen los cup cakes, que no son más que azúcar de colores vistosos sobre un trozo de masa que la gente compra contentísima. Y es que el color nos estimula.
–¿De qué manera?
–Usamos ese lenguaje de un modo intuitivo y tomamos decisiones en función de los colores. Por eso a veces digo que somos robots del color. Según científicos de la Universidad de Rochester, el rojo activa nuestra corteza frontal derecha, un área del cerebro asociada a la actividad emocional. Si pintás un cartel que diga “Golpee antes de entrar” en letras rojas, es probable que la gente golpee muchas más veces que si pintás las letras en otro color. O el modo en que el marrón se asocia con ciertas comidas. A mediados de los ’90, la línea de lápices Binney and Smith tuvo que sacar de circulación un crayón marrón con olor a chocolate porque los chicos se lo comían.
–En el libro contás historias muy interesantes sobre el rojo. Una de ellas vinculada a Brasil, y otra a México.
–Sí. En 1500, el portugués Pedro Alvarez de Cabral, buscando una nueva ruta a la India, llegó a Brasil, exactamente a Praia da Coroa Vermelha (Playa de la Corona Roja), en Porto Seguro. La expedición esperaba hallar oro, pero no encontró ni eso, ni plata, ni especias. Entonces, ¿qué podía llevar a Europa? La madera de Ibirapitanga (en lengua aborigen, “madera roja”) o “Pau Brasil” (“Palo Brasil”) de la que se desprendía un poderoso tinte colorado. Así, en los mapas de los primeros portugueses, esa tierra aparece como “Terra do Brasil”, por ese árbol, aunque a mediados de 1700 ya casi no quedaban más. Habían talado todo. Por eso, si te fijás, detrás de las historias de los colores hay historias de luchas de poder. Cuando Hernán Cortés invadió México, se encontró con que el emperador azteca reclamaba a sus súbditos un impuesto que se pagaba con… pulgas secas. Y averiguó que las pulgas, hervidas, lanzaban una tinta roja que jamás desteñía. Sólo en 1857, los españoles enviaron 65 millones de toneladas de pulgas secas a Europa.
–¿En qué consiste eso que denominás “la revolución del tubito”?
–Me refiero a la invención del tubo de estaño, en Inglaterra, a mediados del siglo XIX, que les permitió a los franceses salir a pintar al aire libre. Gracias a ese tubito irrumpió el movimiento impresionista. Fascinado con tantos colores nuevos e intensos, Van Gogh justificaba su paleta diciendo: “Los colores siempre son inestables así que hay que usarlos fuertes.” Y es que él nunca pintó girasoles ocres, sino amarillos intensos, que se oxidaron con el aire. La fascinación por los colores fuertes ha sido una constante. Cuando Miguel Ángel pintó la Capilla Sixtina entre 1509 y 1512, el papa Julio II esperaba que para pintar la ropa de los personajes usara una costosísima pintura dorada y azul ultramar. Entonces Miguel Ángel se excusó diciendo que los pobres no podían vestir con esos colores. La verdad es que el pintor quería ahorrarse los 3000 ducados cobrados por adelantado para adquirir pigmentos y así terminó pintando la capilla con apenas 25 ducados.
–¿Y cómo es que las mujeres somos capaces de ver más colores?
–Se descubrió que hay mujeres que pueden ver unos 10 mil millones de colores mientras la mayoría de los humanos ven hasta un millón. Además, la doctora Gabriele Jordan de la Universidad de Newcastle, en Inglaterra, descubrió que un 8% de los varones del mundo son daltónicos. Son fenómenos distintos que tienen una explicación similar. Los hombres poseen un solo cromosoma X y el daltonismo se transmite por un alelo recesivo ligado a un cromosoma X. En cambio, sólo el 0,5% de las mujeres padece alguna ceguera al color, porque ellas tienen dos cromosomas X. En consecuencia, para ser daltónicas, los dos tendrían que estar defectuosos y eso es raro que ocurra. Así, las mujeres por lo general son portadoras y los varones, daltónicos. Mi padre es daltónico y mis dos hijos varones, también. Es probable que si yo hubiese sido varón, también lo hubiese sido… y este libro no habría sido posible.