viernes, 3 de junio de 2011

Veo veo …¿ que ves ?


El filósofo Arthur Schopenhauer escribió en 1854 en su libro “Sobre la visión y los colores: un ensayo” que los colores están en el observador y no en el mundo externo.“ Todas las percepciones intuitivas son intelectuales, porque sin comprensión no tendríamos percepción intuitiva”. Esto lo dijo para explicar por qué seguimos viendo a un tomate rojo aunque sea de noche, o a la pálida luz de la luna. Es que nuestro cerebro necesita entender que hay una constancia en las cosas, aunque el ojo lo interprete como cambio. La paradoja neurológica se da en que combinamos la necesidad que tiene el cerebro de interesarse sólo en lo estable y no cambiante, mientras que la información que sale de las cosas está en perpetuo cambio . En 1709, en “Una nueva teoría sobre la visión” George Berkeley dijo que no creía que hubiera una conexión necesaria entre un mundo visible y un mundo táctil, y que esa conexión solo se logra a través de la experiencia. Hasta hoy, tenía toda la razón del mundo. Desde que en 1728, William Cheselden, un cirujano inglés , operó de cataratas a un niños de 13 años que era ciego de nacimiento, quedando desconcertado porque el niño, en vez de estar feliz, estaba aturdido y confundido, porque a lo que veía no podía asociarlo con nada de lo que conocía a través del tacto y el oído. . En el ultimo siglo se le ha devuelto la vista a varias decenas de personas con ceguera congénita, y todos los casos se repiten la sensación de frustración y pena por no poder interpretar lo que se ve . Lo que obliga a médicos y familiares a enseñarle al paciente a ver al mundo desde cero, como a un bebé recién nacido. En 1996, la neurocientífica estadounidense Jill Bolte Taylor sufrió un derrame en el hemisferio izquierdo de su cerebro. Ocho años después, ya bastante recuperada, pudo escribir un libro describiendo lo vivido. “No podía leer, escribir, hablar, caminar o recordar informaciones de mi vida, como quién era mi madre. Tampoco podía entender lo que otras personas me decían -. Mi cerebro ya no era capaz de procesar correctamente los estímulos, entonces cualquier sonido era para mi un estruendo insoportable, y la luz que penetraba mis ojos parecía quemarlos. Yo no podía procesar la visión de un modo convencional. Perdí la capacidad de definir limites entre los objetos Todos ellos se fundían, formando una imagen mayor, como en un cuadro impresionista. Si una persona se quedaba parada junto a una puerta, yo no conseguía percibirla, a menos que se moviera.”
Esto demuestra que el hecho de ver formas y colores no sirve para nada sin un cerebro que decodifique las imágenes que van entrando en nuestra retina. Más importante que ver es entender lo que vemos. Quizás por eso una de las primeras palabras que aprende un niño es “¡ Mirá!”, lleno de genuina sorpresa, invitándonos a compartir con él el proceso de decodificación de todo lo visible. Y quizás por eso mismo, cree que hay monstruos en una habitación oscura o tiene miedo de mirar debajo de la cama. Y cree que si no le ve la cara a mamá, es porque ella despareció y se la tragó la tierra. Por eso causa se ríe tanto al verla reaparecer con el juego de “ ¿ Cucú? ¡ Acatá!”tan estudiado por Freud ( el lo llamaba el “ vor da”) . Entonces, hay que concluir que el ojo no es una cámara de fotos. Puede funcionar como una, pero la información se “revela” ( en el sentido fotográfico y filosófico de la palabra ) en el cerebro . De otro modo, lo que recoge la vista - de acuerdo a la experiencia de Jill Bolte Taylor-, es solo confusión, caos y un resplandor quemante. Por bien que funcionen nuestros ojos, teniendo todos sus conitos y bastoncitos en su lugar, sin que el centro de la visión en el cerebro interprete lo que vemos, la vida sería “un cuento contado por un loco lleno de ruido y furia, que no significa nada” ( como dice Shakespeare en Macbeth) .