domingo, 17 de octubre de 2010

El poder de los colores



Gabriela Siracusano
El poder de los colores. De lo material a lo simbólico
en las prácticas culturales andinas. Siglos XVI- XVIII
Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2005. 363 p.
Renán Silva
Universidad del Valle, Colombia
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El tema central del libro puede ser enunciado de manera sencilla: se trata
de estudiar las relaciones entre imagen y color, acudiendo al caso concreto
de la pintura, en el marco del proceso de evangelización que se abre
a partir de 1492 y que transformará, de manera radical, a las sociedades
aborígenes, muchas de ellas herederas de una historia milenaria y de una
tradición imperial que estamos lejos de conocer. Como se sabe, el color es
elemento esencial de todo dispositivo simbólico e ideológico que recurra
a lo “visual” y su funcionamiento se inscribe en el corazón mismo de las
relaciones sociales. Los colores identifi can jerarquías políticas, los colores
defi nen de manera taxativa desigualdades sociales —que de esta manera se
hacen visibles a los ojos y a la memoria—, los polvos con que se colorea
son también polvos que sanan —boticarios y pintores se muestran en este
libro en sus complejas interacciones—, los colores se encuentran presentes
a la manera de una convención reconocida en cada una de las imágenes
que afirman la fe y buscan extirpar la idolatría, y se inscriben de manera
institucionalizada en todo sistema ritual. La vida social es coloreada de
principio a fi n, y de manera muy acentuada en ciertas sociedades; sus usos
son una convención aprehendida e incorporada, de manera espontánea o
reglamentada, pero son siempre una convención social. Los colores están
presentes en la sociedad colonial de manera permanente en el lienzo, en la
fi esta, en la ceremonia, en los vestuarios, en los arcos, en los carros, en los
emblemas, en los tejidos, atravesando toda la vida cotidiana. Aún en sociedades
modernas como las nuestras, en las que se postula el mundo de la
decisión y de la libertad de elección del consumidor, el uso de los colores
en el espacio físico y en el propio cuerpo es un uso marcado, heredado de
la educación, sometido a la lógica de la moda, apresado en convenciones
que las sociedades fabrican.

Advirtamos desde ahora que en el libro de Gabriela Siracusano no se trata en
absoluto de “sociologismo”, ni de la puesta en marcha de un análisis estructural
y formalista que deje de lado las virtualidades, el azar, la “serendipia”
en el taller, los recursos a la invención cotidiana y todas las formas en que
los consejos de los manuales europeos eran alterados por la práctica andina
de la pintura, que por el camino fue adquiriendo su propia especifi cidad, no
por efecto de una actitud “nacionalista” o “identitaria”, sino como producto
de las condiciones locales, de los recursos físicos propios con los que se
suplían aquellos que no existían y debían necesariamente ser reemplazados;
esto no separó la pintura andina de sus referentes europeos, sino que enriqueció,
de una manera que aún está por descubrirse, el universo del color y
de la fi guración en los dos polos de la monarquía hispánica (el americano y
el europeo)
No existen sociedades monocromáticas y, a pesar de que buena parte de la
historia de los colores ha sido incluida en el campo del análisis de las ciencias
físicas —con aparente justicia porque el color y su percepción son en principio
fenómenos físicos y ópticos—, la producción del color y los usos del color
son desde el principio fenómenos históricos y sociales de alta complejidad.

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