El color marrón está pasando por una etapa de fuerte revalorización. En una época donde hay acceso libre a las tinturas, pigmentos y colorantes artificiales más variados, brillantes y económicos, las personas que distribuyen artesanías hechas por aborígenes para su venta a los turistas -en sitios como Australia, Patagonia, Brasil e Irán -, tienen que rogarle a los artesanos que se dediquen a elaborar los pigmentos como lo hacían sus ancestros, porque las artesanías que llevan colores vivos o que parecen hechas con colores industriales no se venden. “Para ellos es mucho más fácil comprar anilinas que andar hirviendo cortezas”, me decía una vendedora de ruanas, ponchos y mantas en Río Gallegos, que compra tejidos a las comunidades mapuches.” Pero los turistas quieren los tonos cálidos de la tierra, y no quieren saber nada con un azul eléctrico o un fucsia de los que prefieren las tejedoras. ¿Que hacen las tejedoras, entonces? Comprar anilina color marrón, por supuesto. Lo mismo sucede en Australia, donde los aborígenes eligen los colores chillones de las anilinas modernas. Los que les venden sus cuadros les tienen que rogar que usen solos colores marrones, para que sus cuadros parezcan más auténticos. Es así como se va perdiendo el sentido de lo autentico. Porque los cuadros de colores marrones estaban muy bien para los artistas que no conseguían otros pigmentos. Pero si a un artista actual se lo obliga a usar la paleta de sus abuelos…¿ eso es artesanía auténtica, o forzada al gusto del turista, o del vendedor que no sabe vender lo que le nace al artista?
En la costa norte de Brasil, en el estado de Bahía, una ruta de tierra une a la encantadora población de Troncoso con la maravillosa Praia do Espelho, sitio favorito de Leonardo di Caprio y Matt Dillon. En el camino hay mercados donde venden sus artesanías los indios tapajós, especializados en la talla de madera, el trenzado de mimbre y en confeccionar collares y pulseras con semillas de la selva mezcladas con cunetas de plástico de colores. Los turistas rechazan los collares con cuentas de acrílico diciendo “Esto parece hecho en Taiwán”. En Irán y Turquía, los vendedores de alfombras y tapetes están intentando con esfuerzo que los tejedores recuperen el uso de los pigmentos naturales que nunca producen un color marrón plano, sino que tiene matices hasta rojizos y violáceos, que aumenta el valor del producto. Esto cuesta un esfuerzo, ya que muchos artesanos desconocen completamente como obtenían sus ancestros los pigmentos naturales. En las últimas décadas, los artistas plásticos también han estado buscando recuperar los pigmentos de los maestros del Renacimiento. ¿No están conformes con tonalidades marrones sintéticas que vienen en frasco y pomo? La respuesta es un rotundo “no”. Los colores del pasado eran muchos más transparentes que los actuales y permitían hacer veladuras y difuminados que no se logran con los pigmentos de hoy. Los pigmentos sintéticos tienen una capacidad cubritiva tan grande que no permite efectos sutiles. Los tonos de hoy son demasiado opacos.
Los yacimientos de Tierra de Siena y Umbra naturales de Turquía, Siena, y Chipre ya están agotados. Para lograr un Tierra de Siena Tostada que tenga las cualidades del pigmento que usaba Leonardo da Vinci es preciso mezclar tierras y óxidos de distintos lugares con resultados siempre más opacos que los de aquellos tiempos. Se está recurriendo a los viejos óxidos de Marte, pero los resultados no son los mismos.
Esto tal vez explique por qué ya no hay pintores como Leonardo, Delacroix o Caravaggio: no tendrían con qué pintar.
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