La moda en la historieta ha evidenciado lo que venía adivinándose de larga data: que el largo de moda de la falda es inversamente proporcional al bienestar económico de cada momento histórico. De hecho, hay una relación directa entre la macroeconomía y la proporción de pierna que se muestra. Cuando existe una situación financiera holgada, las faldas suben hasta llegar a la más corta de las microminis. Cuando el trabajo escasea y la recesión aumenta, el ruedo de las polleras cae en proporción directa con el valor del salario y el nivel de vida.
Durante las guerras, las polleras llegaron a un recatado largo máximo, para subir escandalosamente en cuanto el conflicto terminaba. En la Argentina, los años de plomo terminaron con las alegres minifaldas de los sesenta y nos trajeron la moda de larguísimas polleras de viyela y corderoy y severos “chemisiers” con charreteras. El comienzo de la democracia liberó los dictados de la moda –ya no teníamos que vivir uniformadas- y acortó la falda hasta límites insospechados a principios de los noventa. Pero la debacle económica que produjo el llamado “Efecto Tequila” [devaluación del peso desatado por una crisis económica sufrida en México] bajó el ruedo de a poco hasta dejarlo por las rodillas. La moda de los últimos años planteó un look despojado, minimalista, descuidado. Las vidrieras se inundaron de colores apagados, grises y negros, la ropa tuvo cortes simples, netos, sin adornos ni apliques y no importó –por vez primera– que se vieran los breteles del corpiño por debajo de la ropa .
«El color del fin de siglo es el negro. Yo me paso la vida mirando qué usan las mujeres y qué no se usa más para reflejarlo en las historietas -dice Alfredo Grondona White, eximio dibujante de historietas especializado en llenar los cuadros con mujeres muy hermosas-. En los dibujos hay que mostrar la vida tal cual es. Me mantengo atento porque la moda siempre vuelve.» Asombrado, Grondona White afirma que tuvo que gastar más tinta que nunca: «Se usa la ropa negra, como si estuviéramos todos de luto. Los colores desaparecieron a medida que los personajes femeninos se volvieron más activos. Personalmente, creo que la moda del ombligo al aire está durando más de la cuenta. A esta altura, por lo que duran las modas, tendrían que estar las panzas tapadas. Y sin embargo, me asombra que siga el pantalón de tiro corto y las pancitas a la vista, a la vez que las polleras siguen muy largas para el gusto masculino.»
Grondona White afirma que desde los años sesenta él no puede usar colores alegres en sus dibujos de ropas femeninas. Los artificios dejaron paso a lo simple y despojado. La elegancia de fin de siglo tiene colores neutros, oscuros y lisos, y polleras por debajo de las rodillas, ya que sigue la austeridad. No casualmente, sólo los personajes de mayor poder adquisitivo –como María Julia Alsogaray y Amalita Fortabat– enfrentan los dictados de la moda, oponiéndose con cierta obscenidad a la tendencia de usar colores neutros para adoptar –como sólo ellas se lo permiten–trajecitos de colores rabiosamente triunfales como el amarillo huevo, el naranja fluorescente o el verde loro. Pero no es una costumbre exclusiva criolla
En Inglaterra y España pasa lo mismo: mientras el pueblo adhiere a los colores sufridos, como el marrón, el azul marino, el gris y el bordó, la realeza viste tonos pasteles tan alegres como la vida privilegiada que les toca vivir.
Los que dependemos de un empleo inestable no podemos comprar un abrigo naranja o verde pistacho. «Lo usás dos veces y es un quemo», nos dice mamá.
Y tiene razón.
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